¿Le gustan a usted los surfistas? A John Rawls (1921-2002), parece que no demasiado y en un artículo de 1988, usó el ejemplo del surfista para explicar un punto significativo de su teoría de la justicia. En su opinión: «quienes practican surf todo el día en Malibú, deberían encontrar una manera de subvenir a sus propias necesidades, y no podrían beneficiarse de fondos públicos». En definitiva, según argumenta el profesor, si uno está todo el día trabajando en una fábrica, o dando clases en un instituto: ¿por qué debería subvencionar al surfista que se vive tan ricamente, saltando las olas en bañador? Parece que negarse a subvencionar a los gorrones, que se aprovechan del trabajo de los otros, forma parte de la lógica misma de las sociedades liberales, pues el gorrón viola en cierta manera el contrato social.
Sin embargo, Philippe van Parijs en su libro discute esta idea rawlsiana y propone que también el surfista realiza actos maximizadores de utilidad social. Supongamos que para alguien saltar las olas en Malibú, constituye el fundamento de su autoestima y de su identidad. Imaginemos, incluso, que el surfista no produce nada, pero sin embargo consume y gracias a él, la industria del deporte, de la moda y del turismo florecen en Malibú (o en Gata o en las Illes Medes, cabe la playa de mi pueblo, por cierto). No es necesario, según considera van Parijs, que exista una estricta reciprocidad en los intercambios para que la sociedad sea justa. Además cuando le vemos surfear, el espectáculo es bello… luego, ¿por qué no alimentarlo? En definitiva el surfista aumenta la utilidad agregada. Aunque lo haga de una manera ciertamente distinta a como lo hace un profesor de instituto o un mecánico.
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