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El Evangelio fue originariamente un mensaje apocalíptico, escatológico, una predicación del inminente fin del mundo. La fe de Jesús y de sus discípulos era, a este respecto, firme como una roca, por lo que cualquier cuestión pedagógica carecía de toda relevancia para ellos. No mostraban el más mínimo interés por la educación o la cultura. La ciencia y la filosofía, así como el arte, no le preocupaban en absoluto. Hubo que esperar nada menos que tres siglos para contar con un arte cristiano. Las disposiciones eclesiásticas, incluso las promulgadas en épocas posteriores, miden con el mismo rasero a los artistas, a los comediantes, a los dueños de burdeles y a otros tipos de esa misma laya. Pronto se dará el caso de que el «lenguaje de pescadores» (sobre todo, según parece, el de las biblias latinas) provoque la mofa a lo largo de todos los siglos, si bien los cristianos lo defiendan ostensiblemente -eso pese a que también y cabalmente Jerónimo y Agustín confiesen en más de una ocasión cuánto horror les causa el extraño, desmañado y a menudo falso estilo de la Biblia-. ¡A Agustín le sonaba incluso como un cuento de viejas! (En el siglo IV algunos textos bíblicos fueron vertidos a hexámetros virgilianos, sin que ello los hiciera más sufribles.) «Homines sine litteris et idiotae», así califican los sacerdotes judíos a los apóstoles de Jesús en la versión latina de la Biblia.

Historia Criminal del Cristianismo Tomo V — Karlheinz Deschner

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