Tras los senos contemplados como cúpulas de ternura por Gómez de la Serna, y después de los coños cantados como abismos místicos por Juan Manuel de Prada, sólo quedaba un territorio sin conquistar, una llanura oscilante, una doble colina trasera que el arte ha deseado, temido y deformado durante siglos: el culo de la mujer. Oliver Serrano, en este libro final, se atreve a cerrarlo todo. Y al hacerlo, lo abre.
Culos no es un compendio pornográfico ni una guía para estetas del trasero: es una letanía escrita desde el temblor y el temblorismo. Cada texto es una estampa —a veces cómica, a veces herética, a veces elegíaca— dedicada al más humilde y más glorioso de los símbolos corporales: ese que se oculta al caminar, que se exhibe sin querer, que se insinúa en la danza, que se santifica en el roce, que se recuerda más que el nombre.
Aquí están todos:
El culo de la virgen gótica que no sabe que lo tiene.
El culo de la libertina que lo ofrece como altar portátil.
El culo de la viuda reciente que se sienta con tristeza.
El culo de la adolescente que empieza a pesarle.
El culo de la influencer que lo entrena como quien afila un cuchillo.
El culo de la monja que, en sueños, se abandona.
El culo de la madre que amamantó y ahora se acomoda sin culpa.
El culo antiguo, el culo nuevo, el culo sin ideología.
Escrito en una prosa que serpentea entre lo lírico, lo sacrílego y lo confesional, Culos es el epílogo necesario a un tríptico que ha querido, desde la palabra, redimir al cuerpo de la trivialidad pornográfica y devolverle su condición simbólica: la de ser lugar de deseo, sí, pero también de sentido.
Oliver Serrano firma aquí su canto terminal al cuerpo femenino.
No como anatomía, sino como misterio.
No como carne, sino como sacramento en fuga.